19 diciembre 2005

Carta para decir amigo (o Carta de un adios y hasta siempre)

Nos conocimos ese día neurótico del comienzo de la primaria. Ese único día cuando los guardapolvos estaban impecables, cuando no sabíamos lo que era esperar ansiosos a la hora del recreo, cuando las paredes de nuestro colegio todavía tenían olor a recién pintadas.

Vos, con esa sonrisa espontánea, caótica, redondita. Yo, con mis dos colitas… por primera vez lejos del imperio de mi casa, lejos de todo. Ese día, seguramente no imaginábamos lo diferentes que podían ser nuestros mundos. Ni como todo colapsaría solo con la unión de nuestras miradas.

Así fue que, mientras compartíamos meriendas, risas, secretos y juegos en los patios del colegio, se comenzó a afianzar el lazo incorruptible de nuestra amistad.
Nos enteramos que vivíamos a solo 4 cuadras de distancia. Cómo olvidar nuestros aires de princesas hermanadas, mientras jugábamos a ser reinas en castillos altos, o mujeres grandes, que iban al supermercado, o bailarinas, o cocineras,… como olvidar los churros con dulce de leche de tu viejo, o los ñoquis de tu vieja.

Yo no imaginaba que la Claudia y el Miky, tus hermanas, la casita en el Pasaje Antranick con piso de asfalto y el permanente sonido de las maquinas de coser del taller se convertirían en el mejor escenario del hogar, ese hogar que sentía eternamente mío.
A vos te pasó lo mismo, íbamos a casa, y nunca querías volver. De hecho, te quedabas días y semanas durmiendo en la camita plegable de mi pieza. Los querías a mis viejos, ellos te querían, te quieren. Hasta te enamoraste de mi hermano, pero ese es un capitulo muy posterior.

Vos con tus enamoramientos casuales, yo con mi timidez, convertida en toda una niña veterana. Nos queríamos. Nos pertenecíamos. Sabíamos que, aunque todo lo demás fallara, íbamos a seguir juntas, íbamos a tenerla a la otra.
Débora, tu nombre era el eterno salvavidas. Para mi, significaba salidas, risas, paseos. Un millón de tardes, y todos mis momentos felices.
Éramos tan diferentes… somos tan diferentes…

De tus risas, de mis llantos, de nuestras desgracias y las aventuras… se pueden llenar libros gordos… gorditos como nuestros corazones. Basta con mencionar como al pasar la historia con los mellizos de la vuelta, nuestros ataques de risa porque el manzano daba peras, o las escenas de celos siempre que aparecía una amiga nueva (tuya o mía) en escena. Y las miles de veces que nos vestimos en espejo y parecíamos mellizas? La noche que me contaste que Nelson (si, Nelson, ese pendejo atorrante) gustaba de mi… No olvido (ni perdono) la cantidad de veces que te habrás dormido mientras te contaba alguna estupidez en la cama, y como hablabas sola y no me dejabas dormir. Y la cantidad de huevadas que habremos comido en conjunto (como los grisines con queso derretido, y la torta de frutillas con dulce de leche que hice para el congreso, y a nadie le gustó)… Te acordás que nos gustaba tomar el desayuno en la cafetería del lado de la iglesia? También soñábamos con darle nuestro primer beso al principe azul (con el que obviamente después nos ibamos a casar y a tener hijitos), y esa primavera en la que me disfracé con el vestido de novias de tu vieja, que fue un bochorno… sumamente patético.

De porqué nos separamos, cuándo y cómo… es una historia repulsiva que no describiría ni hoy ni mañana ni nunca. Quisiera jamás haberla vivido. Tener una maquina del tiempo, regresar y hacer que nuestras familias con todas sus diferencias (con todas sus miserias) jamás se hubiesen conocido. Talvez así seguiríamos juntas… Talvez así me ahorraría el dolor, la angustia, la confusión de perderte. Confieso que en ese momento no queria volver a verte,… y sin embargo se me rompía el corazón sabiendo que no ibas a estar al lado mío como antes.

Vos te fuiste primero, y estábamos lejos. Después de un año y chirolas nos juntamos,… nos costó reconocernos. Yo subí unos 10 kilos, y vos bajaste otros tantos. Eramos las mismas, pero el caos nos había pasado por ensima. Si, eramos las mismas, pero una fuerte depresión había hecho mella en mi niñez tardía, y miles de desilusiones habían opacado tus ojos vivases, siempre alegres.
Entendimos, como solo se puede entender después de que te arrancan el alma una y mil veces, que estábamos hechas para estar juntas, sin importar donde estuviéramos físicamente. Que la amistad no se terminaba porque el tiempo y la distancia dijesen que debía terminarse.
Ahora yo también desaparecí, y entonces estamos mas lejos todavía.

Sin embargo, y por fortuna, las dos conservamos lo mejor de este charco de enredos: una amistad eterna, hermosa; una amistad de niñas, de adolescentes, de casi jóvenes… una amistad de vida.

En estas fiestas voy a levantar la copa, y voy a brindar porque esto que compartimos, esto que no se va a repetir nunca más con ninguna otra persona, dure para siempre en el aura inacabable, inseparable, de nuestros destinos.
Que seas muy feliz, conmigo o con otra gente que te quiera, te mime y te valore como yo lo hago. Que cumplas algunos de los anhelos que inventamos de a dos. Que te animes a amar y a entregarte como lo haces, siempre.
Y espero que vos también, a las 12 del 31, compartas algo de este sueño, y me hagas llegar telepáticamente un abrazo de oso, un beso y un “te amo, trola”, de los nuestros.

Te amo, siempre te amé, y lo sabes
Tu amiga por los siglos de los siglos
gise

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